Mi labor de divulgación, en redes sociales, sobre obesidad, como sabéis, está basada en mi formación como médico y en mis estudios de nutrición y sobre todo por mi experiencia personal. Es en base a esta experiencia personal, os comento mi vivencia en una consulta médica la semana pasada.
En una consulta de preanestesia donde,a pesar de que conozco a casi todos los médicos del área, no conocía a la anestesista, para ver la dificultad de intubación, se me invitó, como es habitual, a abrir la boca y a mover el cuello de un lado a otro. Cuál fue mi sorpresa, cuando acto seguido me dice la colega (ya que ambos somos médicos): “¡Roncas mucho!”. A lo que respondí: “Pues ahora no…” y sin poder seguir argumentando me contesta “¡Tu cuello no dice lo mismo!”
Yo no discuto que hay ciertos fenotipos que pueden dejar entre ver posibles problemas de la vida diaria como, por ejemplo, roncar pero, aunque fuera verdad, que ya no lo es, por suerte para mi esposa, lo que está claro es que no es la forma ni la manera más elegante de hacer ese comentario.
Es como si le digo a un paciente: “¡Rompes muchas sillas de plástico!” Y si me responde el paciente que “No”, le dijera: “¡Pues tu barriga y tu culo no dicen lo mismo!”
La obesidad ES una enfermedad, pero la manera de abordar esa enfermedad, desde la consulta de un sanitario, es fundamental. No podemos etiquetar y estigmatizar al paciente conforme entra por la puerta. No debemos ser jueces dictando sentencia y declarando culpables a las personas. El paciente obeso, si bien es responsable de las riendas de su vida, no es culpable de su obesidad. Reducir la obesidad al extremo de que el paciente obeso lo es porque come mucho, es de una simpleza tal que encierra un desconocimiento enorme sobre la etiología multifactorial de esta enfermedad.
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